¿Existe el miedo en los perros?

De entre las muchas patologías del comportamiento que pueden presentar los perros, el miedo en los perros es la más frecuente en la actualidad. Son muchos los animales que atiendo porque son inseguros o miedosos, y muchos de ellos coinciden en que sus dueños hacen una lectura equivocada del comportamiento del can; analizan por separado los síntomas (ladridos ante la presencia de un extraño, mordiscos a los desconocidos, persecuciones a ciclistas o a niños que corren, la no aceptación de caricias de otras personas…) sin llegar a acertar en el diagnóstico (el miedo).

Podríamos definir el miedo como la INTERPRETACIÓN EQUIVOCADA de un estímulo que no entraña riesgo alguno como si fuera una amenaza para la propia integridad física. Un ejemplo claro son los perros jóvenes que se asustan ante los primeros paraguas que ven abrirse inesperadamente; la acción de abrir un paraguas no entraña peligro alguno para ellos, pero prefieren “ponerse en guardia” y ladrar “a ese enemigo tan raro” para avisarle de lo que le puede pasar. Simplemente, por falta de experiencia, han interpretado equivocadamente la situación.

Precisamente por eso, el perro asustadizo es el que verdaderamente entraña un peligro; su comportamiento obedece a la percepción personal que tiene de las diferentes situaciones que vive. Y esa percepción seguramente no coincidirá con la que tenemos los que le rodeamos. Un perro miedoso puede reaccionar de manera inesperada ante una situación para nosotros de lo más normal si la interpreta como una situación de peligro para él.

El miedo en los perros puede estar presente en el perro por herencia (el ejemplo más típico es la intolerancia a los petardos) o bien por un aprendizaje (un cachorro al que le explota un petardo cerca). Creo importante decir aquí que considero miedo aprendido tanto el que se produce como resultado de un mal aprendizaje como el que se produce precisamente por la ausencia de aprendizaje (el animal que se atemoriza ante un estímulo que nunca antes ha visto).

El comportamiento global de un perro es el resultado de cómo las experiencias que vive inciden sobre unas aptitudes heredadas. Todos los animales son al nacer como una plastilina virgen con unas características propias (la herencia genética) que se irá modelando con el paso del tiempo dependiendo de las vivencias propias (aprendizaje). Creo no equivocarme si afirmo que el resultado final depende en mucho mayor medida del modelado que no de la calidad del material, es decir; mientras que un material defectuoso que tenga un modelado correcto dará buenos resultados, el modelado erróneo del mejor de los materiales resultará un fiasco (el mejor cachorro de un linaje de perros de caza extraordinarios no llegará nunca a cazar si no ponemos a la práctica su predisposición genética para la caza, mientras que un perro de caza “del montón” adiestrado correctamente llegará a desarrollar un buen trabajo).

Estoy convencido al afirmar que la incidencia del miedo hereditario es mínima, y me atrevería a decir que en más del noventa por ciento de los casos, los perros que sufren miedo se deben a “defectos de modelado”, es decir, a defectos de aprendizaje. Este altísimo porcentaje de animales con comportamientos inadaptados (los que desarrollan para “protegerse” de sus miedos) pueden corregirse mediante una educación correcta.

Sea como fuere, ante la evidencia de un perro que “sufre” miedo, está claro que llegamos tarde a modificar su mapa genético; seguramente tampoco seamos capaces de predecir las situaciones que le va a tocar afrontar con la suficiente antelación como para protegerle o alentarle ante ellas. Pero lo que siempre podemos hacer es de terapeutas ante esa patología, o lo que es lo mismo, ayudar al animal a afrontar y superar satisfactoriamente el miedo. Por descontado, no hay mejor terapeuta que los dueños del animal, pues es con ellos con quienes comparte la mayor parte del tiempo y por tanto, es con ellos con quienes vivirá la mayoría de experiencias (le produzcan miedo o no). Una vez más, por tanto, son los dueños quienes deben aprender primero cuál debe ser la manera correcta de actuar.

Antes de ponerse manos a la obra hay que tener presente que las reacciones de un perro inseguro pueden deberse a dos motivos muy diferentes:
1. El primero es una respuesta directa a una situación crítica, queriendo evitarla (huida) o bien enfrentarse a ella (ataque por defensa). Mientras que en la primera opción el miedo es evidente, en la segunda muchos dueños califican al can de agresivo cuando en realidad es igualmente miedoso, aunque sí responde con agresividad.
2. En segundo lugar, puede ser que el perro se comporte de una u otra forma debido a un mecanismo de compensación de su propio cerebro. Voy a intentar explicarlo: Evidentemente el miedo es una fuente de conflicto para el yo profundo del animal que lo sufre, y si se permitiera que ese conflicto fuera en aumento sin control alguno, el equilibrio psíquico se vería seriamente comprometido, pudiendo llegar a desestabilizar por completo la personalidad del individuo (el caso extremo sería el “morirse de miedo”). Para que eso no ocurra, el cerebro desarrolla de manera inconsciente toda una serie de estrategias compensatorias por las que el animal se comporta de una manera determinada con el simple objetivo de minimizar los efectos desestabilizadores de ese conflicto que sufre. De alguna manera podríamos decir que es un pequeño “auto-engaño” que el propio perro lleva a cabo para ganar aparentemente (en el sentido literal de la palabra) una seguridad que realmente no tiene.

Es típico el ejemplo del perro que estando suelto permanece impasible ante un montón de situaciones mientras que si permanece atado ladra incansablemente a un buen número de estímulos; estando solo el miedo se apodera de él y prefiere “pasar desapercibido”, mientras que con la correa parece decir “tienes surte de que me cojan, de lo contrario te daría tu merecido”.

Como siempre, es conveniente saber por qué el animal reacciona de una manera determinada (si es como respuesta directa al estímulo que le produce temor o si se debe a un mecanismo de compensación). Si conocemos bien sobre qué queremos incidir actuaremos con mayor certeza y seguridad. Pero lo realmente importante es convencerle de que su comportamiento no es el correcto. Si le obligamos a abandonar sus respuestas impulsivas a la vez que infundimos en él serenidad, quizá consigamos que vea por un momento aquello que le produce miedo; Seguro que lo había mirado, pero difícilmente hasta el momento había tenido la tranquilidad suficiente para observarlo. A lo mejor entonces descubra que el miedo no se lo produce lo que tiene delante, sino que hasta ahora existía sólo en su imaginación.

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