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¿Cuál es la edad ideal para la educación de nuestro perro?

Son muchas las dudas que tienen los propietarios de perros referentes al adiestramiento y sobre todo a qué edad debemos empezar con la educación de nuestro perro.

Una de las primeras lagunas que deberíamos aclararles los profesionales es la edad correcta para educar a sus animales. O mejor aún, las diferentes edades en las que se deben afrontar las diferentes etapas de educación de un perro, desde que es cachorro hasta que es ya todo un adulto.

Desde luego está claro que la educación es una inversión de futuro; un pequeño esfuerzo en los primeros meses de convivencia con una nueva mascota se convertirá después en largos años de placentera amistad, llena de satisfacciones.

Muchos amos creen que el perro se adiestra o educa a partir de un año porque “antes son incapaces de aprender porque sólo piensan en jugar”; Otros opinan después del año ya no aprenden “porque ya tienen la personalidad formada” mientras que un tercer colectivo piensa “no es necesario educarlos porque al año se calman solos”. Si observamos la naturaleza veremos que ninguno de ellos está en lo cierto:

Durante los primeros días de vida los cachorros pasan el noventa por ciento del tiempo durmiendo y el diez por ciento restante, mamando. Alrededor de los trece días (hay variaciones según las razas) abren los ojos, mientras que los oídos empiezan a mostrarse activos a eso de los veinte días (se observa la reacción de sobresalto ante un ruido).

Hacia las tres o cuatro semanas entran en una fase de socialización: su principal preocupación es el juego, y mediante él llegan a una inmadura organización de manada, alrededor de las seis semanas de vida, con algunos desgraciados miembros de la camada sufriendo ataques de sus hermanos más fuertes.

La madre empieza a dejarlos solos gradualmente para cazar y así poder empezar a ofrecerles alimentos sólidos predigeridos mediante la regurgitación. Desde las cinco semanas puede gruñir e incluso hacer el ademán de morder a los cachorros de manera disuasoria si se acercan con intención de amamantarse. Durante las dos semanas siguientes los pequeños pueden conseguir persuadirla para que les alimente de manera ocasional, pero el suministro está llegando a su final. Hacia las siete semanas de vida las perras suelen tener escasez de leche, por lo que los perritos deben destetarse.

Entre la tercera y la séptima semana de vida tiene lugar un proceso fundamental: El imprinting. Es el periodo más receptivo en la vida del perro, puesto que es capaz de interpretar de manera aceptable los estímulos que le proporcionan sus sentidos pero aún no tiene capacidad de sentir miedo: Puede conocer el entorno y no teme hacerlo.

Aprende a aceptar la proximidad de otros perros y de las personas sin mostrar miedo ni agresividad ninguna. Es el momento idóneo para aprender a relacionarse con el entorno en el que va a vivir. Por ello, una vez destetado el cachorro, nos acercamos a un buen momento para que los pequeños se adapten a un nuevo hogar, aunque las diferencias según las razas harán que debamos esperar a las diez semanas.

La fase de socialización se completa hacia los tres meses. El cachorro tiene ya un completo desarrollo social y si estuviera en libertad comenzaría a explorar en serio, empezando a tomar parte en actividades de caza. Es la fase juvenil.

Cumplidos seis meses los machos empiezan a levantar la pata para orinar y se hacen sexualmente maduros. La plena madurez sexual tiene lugar entre los seis y los nueve meses tanto en machos como en hembras, con variaciones de una raza a otra. Algunos individuos son más tardíos y no llegan a ser plenamente adultos (siempre desde el punto de vista fisiológico) hasta los diez o doce meses.

En mi opinión, la edad óptima de adopción de un cachorro se sitúa entre las seis y las diez semanas; hacerlo antes es tan perjudicial como hacerlo mucho más tarde. Las relaciones entre compañeros de camada y sobretodo con sus progenitores habrán proporcionado al perrito los pilares básicos para su estabilidad emocional (la separación prematura es una de las principales fuentes de inseguridad y de ansiedades), y estamos a tiempo de acostumbrarlo a un nuevo entorno a menudo estresante antes de que se haya cerrado la etapa de socialización. Las socializaciones inadecuadas aumentan el riesgo de que aparezcan problemas de conducta, incluyendo el miedo y/o las agresiones a otras personas o animales. Es posible socializarlos pasado este periodo, pero el propio miedo dificulta y ralentiza el proceso proporcionalmente al tiempo que dejemos pasar (cuanto más tarde más difícil es).

Llegado el nuevo inquilino a casa son los dueños quienes deben enseñarle normas básicas: La limpieza, el orden de los horarios (sueño, comida, paseos y juego) que le proporcionará seguridad, los espacios que pueda o no ocupar, el respeto a los miembros de la familia (jerarquía) y una buena relación con el mundo en el que va a convivir. Si algo falla, los propietarios deberían acudir a un profesional que en una charla les indique una serie de pautas para no desviar el camino, pero son ellos quienes deben realizar el proceso. Es cierto que en esta etapa el cachorro puede aprender diferentes órdenes, pero ésta enseñanza debe ser tranquila y paciente, con sesiones de trabajo brevísimas y sobretodo con mucha motivación, es decir, con mucho juego.

No es conveniente antes de los seis meses plantear al cachorro un adiestramiento marcial, como tampoco sería bueno llevar a un niño de diez años a la mili; en ambos casos el individuo es capaz de aprender y de realizar una serie de órdenes o ejercicios, pero la presión a la que se ve sometido no es proporcional a su madurez, a su autonomía ni a su responsabilidad. El adiestramiento estricto de un perro menor de seis meses difícilmente se llevaría a cabo correctamente, pues pocos serían los amos que entenderían que una sesión de trabajo, independientemente del precio, “sólo” puede consistir en tres o cuatro órdenes; insistir al animal con más ejercicios producirá en el futuro que “se pase de vueltas”.

La excepción a lo anteriormente dicho la encontramos en el trabajo deportivo o en grupo, donde la educación se plantea como un pasatiempo o una diversión para el perro; la motivación es el motor del aprendizaje, mientras que la imposición aparecería sólo ocasionalmente.

Entre los seis y los ocho meses de edad del perro es el momento idóneo para llevar a cabo un adiestramiento: la madurez del individuo permite que se le pueda insistir lo suficiente para conseguir una buena disciplina, y sin embargo el desarrollo hormonal no habrá culminado aún en la rebeldía característica de todos los adolescentes. El interés por el juego sigue siendo importante, y ello nos permitirá combinar la motivación en la obediencia del animal. Por otro lado, si hay algún defecto en un aprendizaje previo (hábitos de limpieza, defectos de socialización, comportamientos destructivos…), estará todavía lo suficientemente “tierno” como para poder remodelarlo a nuestro antojo.

Hasta el año y medio o quizás los dos años puede resultar relativamente fácil convencer a un perro de que es nuestra voluntad la que debe cumplir antes que satisfacer sus instintos, y tenemos diferentes recursos alternativos para ello.

Más allá de los dos años de edad nos enfrentamos a un individuo ya maduro, bien armado y consciente de su potencial, con ideas propias de cómo resolver los conflictos sociales y con una trayectoria de hábitos ya consolidados. Esto nos obliga a no permitir margen de error alguno, lo que se traduce en un trabajo más férreo y hermético que se debe desarrollar con la firmeza, la seguridad y la decisión suficientes para disuadir al animal de sus malas costumbres.

Personalmente he llevado a cabo adiestramientos con muchos perros de cinco y seis años, y algunos de hasta ocho. Los resultados han sido buenos, ante lo que puedo afirmar que un perro puede aprender y también corregirse a cualquier edad. Pero resulta obvio concluir que un mal comportamiento es peor comportamiento cuanto más tiempo pasa.